Aunque la sexología es una ciencia con más de siglo y medio de recorrido, muy integradora y que resuelve gran parte de los problemas relacionales actuales, no acaba de sacar la cabeza. ¿Por qué?
Porque quienes no recuerdan su historia están condenados a repetirla.
Actualmente, hay muchos sexólogos y también muchos “sexólogos” que no tienen en cuenta la frase anterior.
Cuando un médico habla sobre anatomía, sabes que ha estudiado a los anatomistas anteriores, y estos a los anteriores, y así hasta el principio. Por ello, todos sus conocimientos, de manera indirecta, acaban llegándote a ti.
En sexología esto no pasa. Hay un corte de flujo histórico, debido a varios motivos. Uno de ellos, la quema de los libros de Hirschfeld durante el nazismo. Otro, la existencia de personas que creen que hablar de lo que es para ellos la sexualidad es sexología, obviando el recorrido anterior.
Aunque este último punto pueda parecer impensable para quienes hemos estudiado el recorrido histórico de la sexología, puedo prometer (y prometo) que hay gente que cree que es una ciencia con 20 años de recorrido. O que descubren América cada vez que leen un libro. Esto es un problema grave que me encuentro yo y que se llevan encontrando mis compañeros con más años de experiencia a sus espaldas.
Hay un hueco de producción en investigación y literatura sexológica durante el nazismo y, concretamente en España, durante la dictadura franquista, que se rellenó con desconocimiento. El desconocimiento lleva a la ignorancia.
Yo estoy muy agradecida de la insistencia de todos y cada uno de los profesores con los que me he formado por recordarme de dónde viene cada una de las cosas que estudio. Me alegro de saber que en mi formación (y por tanto en mi manera de ser sexóloga) me llevo a Hirschfeld, a Bloch, a Ellis, a Masters, a Johnson, a Kaplan, a Marañón y a tantos otros. Que si me pongo a mencionar me quedo sin tiempo y sin palabras suficientes en el texto.